Manuel Espinoza: Ofrenda OM IV, 1988
Estaba
en Coro, estado Falcón, con un grupo de
trabajo. Estábamos organizándonos para trabajar y de pronto uno de ellos, el más
anciano y de mayor jerarquía se me acerca y me dice que está haciendo otro
trabajo en esa ciudad y me pide que lo acompañe.
Dije que sí y luego de un
intenso trabajo con el grupo, salimos. Hicimos el trabajo y él estaba muy agotado por lo que lo invito a sentarnos en una mesita en una taguara de pueblo. Y allí me dijo lo siguiente: “Esta
noche me voy” me le quede mirando sin comprender y sin intentar siquiera
decirle algo y él vuelve a decirme: “Esta noche me voy, me llegó la hora”.
Entonces comprendí y le respondí: “Ahora
entiendo por qué viniste sin maletas, ya sabías… ¿estás seguro que es la hora?”
y me dijo “Si, y tú me puedes acompañar, puedes hacerlo, me acompañas y luego
te regresas”.
Me sonreí, sabía que era cierto y comprendía que lo que quiso fue
enseñarnos esos proyectos, para que supiéramos de su existencia y entonces, le
dije que estaba bien.
Salimos
de la taguara y mientras caminábamos por
una callecita, cambiamos, éramos nosotros mismos sin serlo físicamente.
Continuamos caminando, ya sin palabras, nos comunicábamos con el pensamiento y
ambos supimos al mismo tiempo que el momento había llegado.
Nos transformamos
en luz, nos tocamos un instante y cada quien tomo su camino, esa era la
despedida.
Volví a la callecita, caminaba completamente sola.
Roselia RosaLunar, del cuaderno de los días 04 marzo 2003
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